

(¡No piques!)
Anoche estaba realmente cansada. Me metí lo más adentro que pude en la espesura del bosque. Había una gran luna que me ayudó a maniobrar pero no pude ver lo espectacular del paisaje hasta que esta mañana ha salido el sol.
¡He dormido como hacía años que no dormía! Abrí un poco el lucernario para que me corriera aire fresco en la cara mientras me tapaba calentita con el edredón. Es un placer gratuito que siempre me hace sonreír y me reconforta el alma.
Al despertar, estaba como nueva. Me he levantado de la litera dando un salto, sin usar la escalera. Lo que ha hecho que la caravana se moviera un poco e hiciera un ruido algo extraño, como las rodillas de mi tía-abuela cuando se levantaba del sillón pero estaba de tan buen humor que todo me hacía sonreír.
Lo mejor ha sido cuando he salido por la puerta, ya que por la ventana no veía más que hojas verdes. A oscuras, anoche, tampoco podía saber cuál era la mejor orientación para las ventanas de la caravana y desde luego eran completamente al contrario porque lo que he visto en pijama y con pelos de loca, me ha dejado con la boca abierta mucho rato. Y no sólo por el hermoso lago color turquesa que había frente a mí, sino también por culpa del tipo con gorra marrón de pana, de esas que usaba mi abuelo (¡y eso que no tenía la edad de mi abuelo!) que estaba pescando y lanzaba en ese momento el señuelo, enganchándomelo en una mejilla. A parte de la boca abierta por la sorpresa, también chillaba por el dolor. ¡Y suerte de eso! Porque el “tiparajo”, seguía tirando de su caña, extrañado de que su piiiiii anzuelo, no fuera hacia delante como tenía pensado.
Al darse cuenta de mi presencia, se ha pegado primero un susto que le ha hecho encogerse de hombros como cuando en la escuela iban a darte una colleja y segundos después, ha venido corriendo, disculpándose como un peregrino pecador.
-¡Ayba! ¡Lo siento mucho! ¡No te había visto!
-¡Ayyy! ¡Me duele! ¡Es que encima has estirado!
-Sí, te la he clavado bien –me dice primero muy serio y después riéndose cuando se ha dado cuenta del doble sentido de sus palabras.
-¡Oye, capullo! ¿Te hace gracia? ¡Porque a mí no me hace ninguna! ¡A ver ahora cómo me saco esto!
-¡No, no! Hacia atrás no puedes –me dice frenándome la mano y cogiendo unas tenazas de corte- Por la forma del anzuelo es imposible, por eso no se escapan los peces. Hay que cortar el anzuelo y acabarlo de clavar para que salga por delante.
-¿¿¿Estás de broma??? No me vas a hacer eso. ¡Antes te mato! –digo echando espumarajos por la boca. Nunca me había visto a mí misma con los nervios tan perdidos.
-¡Vale, vale! Pero es muy superficial. Sólo te va a quedar un punto como el de una aguja. De todos modos, corto el hilo y vamos al centro de asistencia, que está a 20 minutos.
-¡20 minutos! –exclamo mosqueada. Se me olvidaba que querer estar tranquila también significaba estar medio aislada.
-¡No hace falta que pongas esa cara, urbanita! ¡Ahora me dirás que en tu ciudad, entre semáforos y coches tardas menos! –Responde guasón.
-No estoy para ironías. Me va a dar un parraque como no me quite alguien esa cosa colgada de un hilo.
-¡Venga, vamos que te llevo! ¿Tienes coche?
-¿Si tengo coche? ¡Pero tendrá morro!
-Si quieres voy a por el mío pero nos queda lejos.
-¡Vale! Es ese de ahí -digo señalándolo entre la arboleda.
-¡Joder! ¡Cómo iba a verte si estabas tan escondida!
-Es que sabes… ¡No quería una multa por trasnochar sin permiso!
-Tranquila, con eso no tendrás ningún problema. Puedes sacar tu remolque de debajo del sauce llorón. Tendrás mejores vistas. –me dice guiñándome el ojo
-Vete a tomar por…. –sigo en susurros mientras subo a mi propio coche en el asiento del copiloto y me doy cuenta de que aún voy en pijama.
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