
Desde los grandes ventanales de mi apartamento de lujo puedo ver el tuyo al otro lado de la calle.
Me llamaste la atención desde el primer día cuando sentada en tu sofá de gran colorido, apoyabas tu cabeza en el respaldo.
Cerrabas los ojos como si disfrutaras de una música que yo no podía escuchar, mientras tu camiseta ancha se deslizaba por tu hombro dejándolo desnudo. He sufrido varios ataques de celos, uno de ellos cuando invitaste a aquellos amigos tuyos que te abrazaron al despedirse.
Pensé que algo malo te habría pasado y ellos podían estar a tu lado consolándote. En cambio de mí, no conocías ni mi existencia.
El momento más duro fue aquel día en el que vestida con un vestido corto negro llegaste casi de madrugada acompañada de aquel hombre rubio demasiado bebido para mi gusto. Cerraste las cortinas del comedor y pensé que mi corazón se rompería en mil pedazos. Aquella noche me planteé seriamente llamar a tu puerta y presentarme. No sé quién de los dos hubiera tenido más éxito, si un loco como yo que se te declaraba el primer día que lo veías o un borracho que a duras penas consiguió llegar a tu cama.
Después de morderme los nudillos intentando decidirme, la suerte decidió por mí, o mejor dicho, el alcohol.
Mientras fuiste al baño para salir con un precioso camisón negro, el baboso se quedó dormido. Sentí tu frustración cuando cogiste tú bata y te cubriste con ella, quedándote dormida en el sofá. Cuando a la mañana siguiente me encontré con ese tipo en la calle, lo miré con desprecio. No puedo entender cómo alguien puede perder una oportunidad de estar con una mujer como tú, por preferir la bebida.
Esta noche estás realmente bella aunque te noto triste. Has puesto la mesa con dos copas brillantes y una bonita vajilla. Has cocinado durante toda la tarde, y ahora estás comiendo lentamente, bocado a bocado, mientras frente a ti, nadie ocupa su lugar.
Yo te observo con la misma tristeza. Mi vida gira entorno a ti, ya no la concibo sin tu presencia y aún así estás tan lejos…
No existe nadie como tú, tu feminidad, tu sensualidad, tu ingenuidad…
Eres tan fácil de amar.
¿Pero qué ocurre? ¿Por qué te levantas de la mesa tan enfadada que tiras tu plato y tu copa por el suelo haciéndose añicos?
Te diriges a tu habitación, abres tu armario de par en par y empiezas a sacar toda la ropa que pones en la maleta que guardabas bajo tu cama.
Tengo un mal presentimiento.
Cierras tu maleta que arrastras por el piso y cuando pasas cerca de tu ventana, miras a través de ella las luces de la calle, como si esa fuera la última vez. Estás tan cerca que veo el brillo de tu cabello. Yo, desesperado, también me acerco a mi ventana.
Apoyo mis manos en el gran cristal, intentando aproximarme aún más como si pudiera rozarte. Lo que daría yo por acariciar tu pelo!
Suplico con los puños apretados que no te vayas de allí, entonces algo hace que levantes tu mirada y me descubres. Me miras fijamente a los ojos y veo claramente tus lágrimas.
-¡No! -te digo con la cabeza.
Tú no entiendes…
-¡No te vayas! -vocalizo.
Sueltas la maleta y te diriges a la puerta, apagas las luces.
Me quedo pasmado mirando tu apartamento vacío, sin poder separarme del gran ventanal.
El timbre de mi apartamento suena. Vuelvo a la realidad. Cuando abro la puerta, te veo en el umbral. ¡No me lo puedo creer!
Ahora que por fin te has vuelto parte de mi realidad, no voy a dejarte marchar.
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