
No siempre improviso en el amor.
Es especial cuando algo surge sin haberlo planeado y el momento te guía por sí sólo, pero hay otras ocasiones, en las que tropiezo por casualidad con un lugar extraordinario y la sensación de experimentar algo mágico, me lleva a querer compartirlo.
Anoche, estuve en un lugar así. Paré mi coche en una carretera de montaña, en un pequeño entrador de tierra. Apagué las luces del coche y el motor. No se veía ningún resplandor de ningún pueblo cercano y al mirar el cielo, apareció la noche más estrellada que nunca había visto.
En todo el rato que estuve allí, con las ventanas bajadas, aproximadamente una hora, no pasó ni un sólo coche.
El silencio era pura sonoridad. El frescor del ambiente era limpio y amoroso. Me imaginé allí con alguien especial, quizás resguardados bajo una manta suave en el asiento de atrás. Ni siquiera es necesario el sexo, aunque eso siempre llega si estás a gusto, en el lugar y con la persona adecuada. No quise darle más vueltas porque para mí, el día que vaya allí acompañado, también quiero que sea una novedad. No me gusta planificar al milímetro pero a veces, el plan surge sin querer.
Momentos tan especiales nos escriben emociones en el alma. Con el paso del tiempo, cuando vuelves a ver ese amanecer que compartiste, quizás con alguien que ya dejó tu vida, o vuelves a sentir la noche fría en la piel, también resurgen las emociones y los sentimientos sin querer. Se queda grabado en el alma y forma parte de lo valioso de nuestro álbum de lo vivido.
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