Noelia.
¡Ya es mediodía! ¡Tengo que bajar! seguro que ya está en la puerta. No sé por qué me lío en recoger ahora todo lo que hay por el piso, si sabía que no me iba a dar tiempo y no sé dejar las cosas a medias.
Menuda bolsa de basura enorme ha salido de recoger todo el papel de pared que despegué ayer. Mejor lo dejo en un rincón y voy bajando.
¡Mierda, ahí me queda otro! ¡Ya había cerrado la bolsa con nudo! ¡Soy un desastre! No logro llegar puntual ni estando en la misma casa.
Bajo las escaleras de dos en dos, llego a los últimos escalones jadeando y veo a un chico rubio idéntico al de la foto saltando en medio de la calle.
Ralentizo los pasos y empiezo a entrar en pánico. ¡Sólo me falta un tipo raro! ¡Yo que estoy sola! ¡¿Es que no me ha quedado aún claro?!
Se asoma a mirar dentro de la portería y me ve. No puedo volver atrás. Además, ¡¿y si se pone a gritar o a llamar a todos los pisos porque no he aparecido?! Tengo que abrir, se lo enseño rápido y le digo adiós lo antes posible. Luego ya veremos qué hago cuando se haya ido, me digo. Sólo quiero librarme de él.
-¡Hola! ¿He quedado contigo verdad? Al menos, te pareces a la de la foto del whatsapp –me dice cuando abro la puerta intentando parapetarme detrás.
-Ehhh… siiiií! –¡Ay madre! ¡Que en el whatsapp tengo la foto en pijama que me hice para mi prima ayer. Era una forma de reírnos de nuestras pintas en la distancia! ¡Tierra trágame! ¡Encima dando confianzas!
Me cuesta responder a sus preguntas, lo hago por inercia. Sólo puedo pensar en la imagen que estoy dando. Me estremezco con el portazo de la puerta, no logro acostumbrarme a esos golpes. Siempre se desajusta con los cambios de temperatura y ahora viene el buen tiempo.
Subimos al piso y saca algo de su bolsillo mientras dice algo de un tajo. Me quedo sin respiración y creo que me voy a desmayar. Pensé que era una navaja al abrirla pero veo que se alarga hasta convertirse en un metro.
¡Dios mío! ¡Necesito sobrevivir a este día!
¡Estoy exagerando! ¡respira Noelia! Sólo es un trabajador haciendo su trabajo, me digo a mí misma y me obligo a centrarme en cómo toma las medidas de forma profesional. Empiezo a relajarme un poco.
Viene con ropa sucia de pintura y cemento. Con una camiseta de tirantes negra que se adivina bajo una camisa tejana igual de manchada que los pantalones.
Todo es normal. Quizás el tipo es un poco raro pero estoy acostumbrada a trabajar con gente conocida, es normal que me asusten los cambios. Intento mentirme aunque me creo sólo la mitad.
-¿Las placas de pladur van a tu cuenta o a la mía? –me pregunta. Eso me gusta. Si es flexible y el material lo puedo poner del que tengo acumulado, me va a salir mucho más barato.
-Mío… Las tengo abajo en el almacén, pero habría que subirlas. Yo puedo ayudarte.
Me mira con cara de idiota. ¿Está dudando que pueda subir las cajas? ¡Menudo capullo! Si supiera que me he hartado de subir sacos de cemento para mi padre y hasta una impresionante bañera de hierro entre dos. Mi padre siempre me decía: “No te preocupes, los brazos no se estiran más aunque pese”
-De acuerdo –responde al notar mi cabreo. Quedamos que me enviará el presupuesto esta noche. Estoy deseando que sea un carero para enviarlo a tomar viento fresco pero tengo la impresión que me va a encajar hasta el precio.
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