Noelia.
No tengo hambre, bueno, es más bien pereza.
Me acerco a la nevera y abro la puerta. A veces, me imagino que hace ruido de goznes como las puertas de un castillo. No es que me ocupe demasiado de ella. No me gusta nada ir a comprar al supermercado. Hacer colas eternas, por más que las cajeras estén obligadas a llamar al resto de compañeras cuando hay más de tres personas esperando. Los lentos somos los clientes, contra más queremos correr, peor se nos da. Me siento incómoda con tanto servicio, y me estreso poniendo a toda prisa, mis compras en la bolsa. Siempre las coloco mal y necesito más bolsas de las necesarias, por culpa de los huecos que quedan entre los productos.
Me quedan un par de huevos y precisamente a estas horas de la noche que ya estoy agotada, no me refiero a la voluntad ni a la valentía, son realmente un par de huevos, con sus cáscaras y su contenido amarillo y transparente.
Busco en uno de los armarios si tengo ajos. Una solitaria cabeza representa mi agua en el desierto. Empiezo a freír unos dientes cortados y recorto mi pobre planta de perejil a la que suelo olvidar regar, para darle un poco de gusto a mi futura tortilla. Cuando cojo el tenedor para batir los huevos, me suena el móvil, es el whatsapp y el tipo de esta mañana, el albañil, enviándome el pdf de mi presupuesto. Lo veo en una notificación. Si abro la aplicación, sabrá que lo he leído y esperará una respuesta. Si no lo abro, nunca sabré cuánto va a costarme.
Me replanteo el hecho de que sería una suerte que se pudiera poner a trabajar ya, conociendo lo que suelen tardar en dar una respuesta los albañiles en las ciudades. Parece que cada vez haya menos mano de obra. A la mayoría, nos dio por sacarnos una carrera, aunque nunca la hayamos ejercido. Nos prometieron que nos ganaríamos bien la vida, en lugar de eso, los que se decantaron por la vertiente más práctica, son los que han conseguido salir de la crisis. Si no fuera porque mi padre es uno de ellos, yo tampoco tendría nada claro mi futuro.
Me decido al fin a abrir la aplicación. He de dejar mis miedos a un lado. Todo es avanzar en el camino y yo tengo claro lo que quiero conseguir, aunque es cierto que a veces me entra el pánico.

Abro el pdf y se me quedan los ojos como platos cuando veo el montante. ¡Es mejor de lo que me esperaba! Le voy a decir que sí ahora mismo, espero no arrepentirme porque sea un chapuza. Lo voy a ir viendo porque voy a estar allí mismo y tampoco me arruinaré si no sale bien. Lo peor que puede pasar es que tenga que volver a contratar a otro y me salga el doble de caro. En el siguiente trabajo sí que resultaría un problema equivocarse de nuevo, pero por ser la primera vez, me puedo arriesgar. Como suele decirse, tengo algo de colchón.




¡Este tío es gilipollas! ¡Acaba de ridiculizarme!


Me quedo estática con el móvil en la mano leyendo su respuesta. No sé cómo interpretarla. Quizás se lo ha tomado mal. Igual mañana está cabreado y se puede cortar el ambiente con un cuchillo por la tensión. A lo mejor me he pasado y él no quería molestarme.
Laurent escribiendo…
¡Ay madre! ¿Y ahora qué va a responder?…

¡Pues vale! No me ha aclarado nada su respuesta. Al menos, no ha sido un borde. Quizás podamos seguir nuestro rollo de forma profesional, con seriedad y respeto. Seguro que mañana salgo de dudas.
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