Te di mi beso

Te di mi beso.

Me lo pediste. Me dijiste que lo necesitabas como una obsesión. Querías cerrar nuestra historia de una forma agradable que pudieras recordar.

Yo te amé. Tanto que fui incapaz de negarme. Te sentí derrumbada, destrozada, suspirando lágrimas de melancolía. Sólo quise ser el suave algodón que curara tus heridas.

Y aún comprometido, me arranqué del alma uno de mis besos, sabedor que tenían otro lugar dónde deseaba posarlos.

Salí de aquel bar arrastrando mis pies, salpicando el agua de los pequeños charcos que producía la lluvia.

Llegué a mi casa y sonó el teléfono. Ella me proponía una noche de caricias y abrazos, pero me inventé una excusa mentirosa porque mis labios todavía se sentían cubiertos por tu boca.

Y en aquel momento,  la mujer que me prometía deseo ardiente pasaba a un segundo plano, me pareció lejana, prescindible. Sólo tenía pensamientos para lo que hubo entre los dos.

Curiosamente, me di cuenta, que quién no había pasado página era yo. Pasé la noche entre dolor y algunas lágrimas, haciendo los deberes que había intentado evitar. Y la relación que había empezado,  a la mañana siguiente no me pareció lo suficiente. Desde entonces, no empiezo nada sin que pase el aprobado por el rasero de nuestra relación.

Porque si no vale el esfuerzo, tampoco merece una lágrima.

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