

La mañana siguiente, la traicionera mar, estaba en calma. Se había desahogado la noche anterior y estaba tan cansada que parecía medio dormida.
Después de desayunar, le pedí a mi padre que me llevara a unos grandes almacenes. Me había enterado de que aquella noche de sábado, harían una fiesta discotequera en el restaurante de la urbanización. Había quedado con Raquel antes de enfadarnos, de que convenceríamos a nuestros padres para que nos dieran un adelanto de la paga y así comprarnos algo de ropa. Según ella, nos lo íbamos a pasar genial y romperíamos muchos corazones. Para mí, con tener el mío a salvo, era más que suficiente. Últimamente no hacía más que ponerle remiendos. Desde que un día mi madre se marchó de casa, cito textualmente: “harta de vivir con dos inútiles acabados”, no había conseguido levantar cabeza.
Mi padre me quería, siempre lo había sabido pero intuía que mi madre no me había querido nunca. Yo desde pequeña intentaba complacerla en todo pero nunca era suficiente. Se volvió tiránica y manipuladora, quizás siempre lo había sido, pero cada vez se agravó más la situación, hasta que por fin, se marchó.
Al principio, me sentí destrozada, intentaba localizarla llamándola al móvil para pedirle disculpas, no sabía muy bien de qué, pero no obtenía respuesta y si la obtenía era siempre despreciativa. Después pensé que casi mejor que se hubiera marchado porque ahora no tenía que estar siempre pendiente de gustarle, de secarme el pelo antes de salir de casa para que no me dijera despectivamente “¿dónde vas con esos pelos?” o de no ponerme ninguna prenda verde porque a ella no le gustaba y de evitar infinidad de cosas para que no me hiciera sentirme triste e insegura. Pensé, tonta de mí, que no escuchar de su boca cada día sus críticas, me haría sentirme feliz conmigo misma. Pero no había sido así. Parecía que todo el mundo se hubiera enterado de lo que mi madre pensaba de mí y todos me trataban del mismo modo. En el instituto, era exactamente igual, cuando querían reírse de algo, siempre lo encontraban en mí.
Ahora Sandra, supuestamente me había declarado la guerra y yo ya estaba harta de recibir patadas. Intentaba gustarle a todo el mundo y siempre tenía cuidado de no herir a nadie con mis palabras, pero estaba visto que los demás no eran así conmigo y no les importaba hacerme daño. Bien, ¡ahora me tocaba a mí! Iba a ir a esos grandes almacenes y me iba a comprar el mejor vestido, el más sugerente. Iba a ir a esa fiesta aunque fuera sola, sin Raquel, e iba a conquistar a Jordi y después de que cayera rendido a mis pies, me iba a reír de Sandra en su cara. Y no iba a tener remordimientos. Simplemente iba a ser mala, ¿por qué no? Los demás también lo eran. Yo quería probar a serlo, a ver qué se sentía. Iba a dejar de ser la tímida e inocente EloÏse, para convertirme en la vencedora Eloïse y lo iba a conseguir costara lo que costara y con todos los métodos que estuvieran a mi alcance, incluso los que nunca jamás hubiera utilizado. ¡Basta de miedos!
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