Jordi se olvidó por completo de Sandra, durante toda la noche. Estuvo verdaderamente simpático conmigo. Estuvimos charlando y cuando empecé a sentirme cansada, me propuso acompañarme a casa. No se me olvidó echarle una última mirada a Sandra antes de salir por la puerta del baile, para no perderme su mirada de frustración que me daba a mí la victoria.
Cuando llegamos a la gran explanada de cemento frente a mi casa, todavía se oía la música del baile. Por fin, una canción melódica de las que me gustaban a mí.
-¡Vaya! ahora que me voy, es cuando ponen una de las canciones que más me gustan ¡Jajajaja! Tenía que haberme quedado cinco minutos más. ¡Lástima! -dije sin darle demasiada importancia.
-Desde aquí se oye perfectamente y no hay un alma que pueda molestarnos. ¿Quieres bailar conmigo? -me dijo Jordi empezando a cogerme suavemente por la cintura.
No pude negarme. Estaba totalmente hechizada por el roce de sus manos y su mirada. Su pelo rizado me hacía cosquillas en la oreja y su respiración en mi cuello. Parecía que quisiera aspirar mi aroma, sin perderse ni un ápice de mí. Fue el baile más sensual de mi vida. Mil escalofríos me recorrían sin cesar cada vez que se producía un movimiento de su mano por pequeño que fuera. Un movimiento provocado por el mismo baile. No podía ver su mirada. Se acercaba cada vez más a mí, abrazándome, dejándose llevar por la música, igual que yo, que cada vez me relajaba más en sus brazos, bailando al son de una canción que hablaba de besos, amantes y el dolor de una separación.
-Acabo de conocerte y ya me duele dejarte ir -Me susurró al oído-. Y eso que sólo te marchas a dormir -dijo riendo, sin soltarme- ¿Podemos bailar otra? Me he acostumbrado a tu calor. Hace frío a estas horas.
Él iba con manga corta y yo con un hombro descubierto. Nos estábamos dando calor mutuamente. Yo tampoco quería que me soltara. La luna brillaba sobre el mar y mientras nos mecíamos, apoyé mi cabeza en su hombro para admirarla.
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