Episodio 15 «Eloise, ¿Por qué sonríes al mar?»

Recogí mi toalla, se me habían quitado las ganas de seguir tomando el sol. Los granos de arena de aquella playa eran bastantes gruesos, lo que resultó una ventaja a la hora de librarme de ellos. Puse mi cabeza abajo, igual que cuando me secaba el pelo con el secador y me lo sacudí como pude.
Cuando me levanté, vi a Jose que venía hacia mí, con su serenidad particular.

-Espera, tienes algunos granos enredados -me dijo estirando de uno de ellos y haciéndome un poco de daño.

-¡Ay!

-No me seas quejica. Esto ha sido con cariño, cuando te pille Sandra, no va a ser tan delicada -dijo riendo.

-¿Te hace gracia? -Me sentía humillada, seguramente la habría oído chillarme.

-Un poco…, No puedo negarlo. Hacía tiempo que no veía a nadie comportarse de modo tan infantil

-¡Claro, tú eres tan mayor como la hermana de Raquel! ¿verdad? ¡Estáis en otro nivel! -dije con sarcasmo.

A veces, Jose me irritaba, se le veía tan seguro de sí mismo, tan tranquilo, como si estuviera de vuelta de lo que les pasaba a los demás. Parecía no inmutarse demasiado con la forma de actuar del resto. Como si fuera un mero observador y supiera que un día se darían cuenta de sus errores y cambiarían por sí solos.

Sacudí mi toalla por última vez con enfado como si se tratara de un látigo y enojada subí los escalones de madera dirección a mi casa.

Jordi en ese momento llegaba sonriente y me saludó con entusiasmo a lo que yo con el ceño fruncido respondí con un gruñido sin cambiar el rumbo. Acerté a ver el rostro confundido de Jordi de reojo y sin aminorar el paso. Por detrás oí como Jose se dirigía a él.

-No te preocupes, compañero. Se le pasará. Ya sabes… ¡mujeres!

Cerré la puerta de un portazo.

Logré tranquilizarme mientras preparaba la comida. Me gustaba aquella casa de madera con su pequeña cocina. Sentía como si sus paredes me abrazaran. Era amorosa, cálida…

Mi padre había llegado hambriento y devoró el manjar que había preparado en un santiamén. Creo que no tuvo tiempo ni de degustarlo. No cocinaba mal pero ni aunque hubiera sido así, se hubiera quejado. Era una persona agradecida y valoraba sobre todo el interés que ponías en hacer las cosas. De pequeña en el colegio le había construido un cenicero con pinzas de la ropa. Nunca había fumado pero desde que se lo regalé, se convirtió en su mejor pote de golosinas y cuando se despegó alguna de sus pinzas por el paso del tiempo, volvió a pegarlo con esmero. Era una de esas cosas realmente horribles de las que uno intenta desembarazarse y que la mudanza hubiera sido una buena excusa para perderlo pero él lo había traído hasta allí y lo tenía en su habitación en su mesita de noche lleno de ricos gatitos de goma de regaliz. Siempre se quejaba de que era yo quien me los comía. Y era cierto que siempre antes de irme a dormir, al pasar por la puerta de su habitación estiraba la mano para coger alguno.

Mi padre fregaba los platos mientras yo me fui a leer a mi cuarto y desde allí, escuché como hablaba con Raquel que parecía que acababa de preguntar por mí. La gran ventana de la cocina daba al comedor y este a la calle. En una casa abierta al exterior como era aquella, siempre se estaba en contacto con los vecinos. Podías estar fregando platos o comiendo y llevar una conversación con la persona que paseaba en esos momentos por la calle. Mi padre le abrió la puerta haciéndola pasar a mi habitación. Raquel llamó a mi puerta.

-Pasa…

-¡Hola! -dijo con timidez despuésde abrir.

-¡Hola! -contesté a la expectativa.

-Jose me ha contado lo de Sandra…

-¡Ah!, ¿y?…

-Nada, que me parece que se le está yendo la pinza. Y que tienes todo el derecho del mundo a estar con Jordi si él te ha elegido a tí –me sonrió.

Aquello era una propuesta de fumar la pipa de la paz en toda regla y yo necesitaba una amiga, así que la invité a subir a mi litera, mi refugio, y estuvimos charlando toda la tarde.


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