Las cosas no mejoraron al día siguiente. Jordi estaba interesado en hablar conmigo pero ojalá no me hubiera encontrado nunca. Ojalá me hubiera escondido en lo más hondo de mi armario y nunca se hubiera dado esa conversación.
-Tengo que contarte algo, ayer no parecías de buen humor así que he tenido que esperar a hoy y ha sido una lastima porque hubiera preferido pasar mis tres últimas noches contigo.
-¿Tus tres últimas noches? –No sabía a qué se refería pero la palabra última no debería existir en ningún diccionario: “la última vez que nos vimos” “el último adiós” “la última llamada” “la última mirada” “el último día”
-Mis padres han decidido pasar el resto del mes en Londres. Vamos a visitar a mis abuelos. Mi abuelo necesita que mi padre le eche una mano con unas reformas que tiene que hacer en el tejado de su casa –No sabía quiénes serían esos dos viejecitos que se llevaban a Jordi por puro egoísmo. Los odié sin remedio y no era capaz de sentirme ni mínimamente altruista.
-¡Ah bien! Pues que tengas buenas vacaciones y próspero año nuevo –dije irónicamente, simulando que no me importaba lo más mínimo. Estaba enfadadísima, después de todo lo que me había costado y ahora algo tan simple como aquello, me hacía perder la batalla. Sin agresiones, sin posibilidades de luchar para evitarlo. Jordi se iba y yo me quedaba allí, plantada, en el mundo hostil que me había fabricado. ¿Para qué me había servido?
-Eloíse, no te enfades, entiéndelo. Tengo que acompañar a mi familia. Aprovechemos el tiempo que nos queda, así podré recordarlo cada noche antes de irme a dormir. Disfrutémoslo a tope, que los sentimientos sean tan fuertes que nos duren todos los días que estemos separados –me dijo cogiéndome por los hombros y mirándome a los ojos.
-No gracias, yo no vivo de recuerdos… -me solté de sus manos y me alejé de allí, caminando al lado de la vía del tren por un camino de tierra que llevaba a la estación. Pero no me detuve, continué mi marcha sin volver la vista atrás, sólo cuando ya no alcanzaba a distinguir ni por dónde caminaba, obnubilada por mis propias lágrimas que no me dejaban ver, me senté en una piedra para seguir dejando las lágrimas correr sin un solo sollozo.
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