

Cuando logré tranquilizarme decidí desandar el camino y volver a la urbanización de casitas de madera. Desde las vías del tren sólo se veían los pequeños ventanucos de las habitaciones, la parte trasera de las casas.
Imaginaba que tendría los labios y los ojos hinchados de tanto llorar y seguramente la nariz roja. Me daba vergüenza que nadie pudiera verme con aquella pinta así que después de cruzar el arco de entrada a la urbanización, aligeré el paso. Era casi la hora de comer y todos estaban en sus casas haciendo la comida. Se oían algunos ruidos de sartenes y el aceite al freír. Diferentes olores flotaban en el aire. Empecé a sentir hambre…
Al llegar a la puerta de mi casa, vi la sombra de mi padre a través de la ventana de la cocina. No quería que supiera que había vuelto a llorar, así que me decidí por darme un baño antes de entrar.
Bajé a la playa por la escalera de madera ajada que se hacía algo áspera a mis pies descalzos. En cambio, la arena dorada y caliente tan bien cuidada en aquella zona fue una caricia dulce. Frente a mí, el mar azul, el contraste salado, la inmensidad… Ese mar que te acuna con su movimiento y su arrullo algunas veces y otras te vapulea e intenta ahogarte. Un vivo ejemplo de mi vida y de como me sentía yo por dentro.
Lo observé mientras mis pies se mojaban en la orilla. Me sentía afortunada de estar sola en aquel momento. Fui entrando poco a poco sin dejar de mirar el horizonte. Tenía la esperanza de que el mar acariciara y curara mis penas.
Al zambullirme empecé a sentirme mucho mejor. Allí en medio de la nada, sola entre el azul del mar y el del cielo parecía estar en una burbuja y pude descansar de mis sentimientos. Me quedé flotando un buen rato. Cuando me sentí calmada y vacía, volví hacia la orilla.
No sé cómo lo lograba Jose. Como conseguía estar en el lugar adecuado cuando yo peor me sentía pero allí estaba, sentado en la arena, mirando cómo salía del agua tambaleándome por culpa del cansancio y la fuerza de las olas que me empujaban.
-Te vas a arrepentir.
-¿Cómo? -pregunté algo molesta, pensando que de nuevo sabía más de lo que debería.
-No sé por qué te empeñas en ver sólo la parte negativa de la vida.
-¡Ah! ¿Pero es que tiene algo de positivo que Jordi se marche y me quede aquí sola con Sandra que sólo tiene intención de matarme? ¿Para qué he luchado tanto si he perdido? No parará de reírse hasta Navidad.
-¿Y por qué te preocupas de las risas de Sandra? ¿Tan importante es en tu vida?
-Lo es en la medida en que me perjudica.
-Mira, yo sólo sé que quién más se perjudica eres tú misma. No sólo vas a pasar mal los últimos días que Jordi pasará aún aquí, sino el resto del mes. Es como quien se suicida porque algún día morirá. Lo bonito de la vida es vivirla. ¿Para qué quieres adelantar los acontecimientos?
No supe qué contestar. Tenía razón y eso me irritaba.
-Esta noche, a las 7, hay una fiesta de disfraces –me dijo- Jordi irá y te recomiendo que vayas y disfrutes con él -se levantó con su característica tranquilidad y se marchó sin decir ni una sola palabra más.
Ya estaba preparada para entrar en mi casa y comer con mi padre, para lo que no estaba preparada era para una fiesta de disfraces. ¿De dónde iba a sacar yo un disfraz a aquellas horas?
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