Ver a mi padre feliz me llenaba a mí también de felicidad. Hacía calor y teníamos mucho trabajo poniendo todo en su lugar, limpiando los cacharros viejos de la cocina e intentando que la dichosa nevera funcionara de una vez, pero la brisa marina que entraba por aquella fachada abierta al mar, nos refrescaba.
Estaba poniendo mis últimos libros en la estantería del salón, cuando oí unas risas y vi unas chicas que me miraban desde fuera.
-¡Jajajaja! Mira tú, la romanticona! Fijaos en la nueva pava que tenemos por aquí. ¿Estás buscando a tu príncipe azul? ¡jajajaja! -dijo una de ellas
Me quedé mirándolas paralizada con las lágrimas en los ojos y se me fueron deslizando de las manos uno a uno mis libros sobre el sofá. Perdona si te llamo amor de Federico Moccia, Crepúsculo de Stephanie Meyer, Los hombres que no amaban a las mujeres de Stieg Larsson y el último… Por un hombre así, me derrito. Mientras, ellas se alejaban felices y orgullosas.
Todos mis libros hablaban de amor y algunos de amarse a sí mismo pero ninguno me preparaba para ser una y otra vez el centro de las críticas y las burlas de mis congéneres. Me sentí la persona más triste del planeta, la que menos amor se merecía en aquel momento y entonces apareció mi padre por la puerta de su habitación con un trapo del polvo en la mano.
-¿Qué te pasa? ¿Te has puesto triste de repente? ¿Te acuerdas de tu madre? -me preguntaba sin parar intentando comprender por qué hacía 5 minutos se me veía radiante y feliz y justo después, vencida.
-¡No, papá! ¡no lo entenderías! Pensé que este sitio iba a ser diferente que aquí sería feliz pero esto sólo es más de lo mismo -Arranqué a llorar sin control y me fui corriendo a mi nueva habitación a refugiarme en la cama alta como si allí nadie pudiera alcanzarme.
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