Episodio 9 «Eloise, ¿Por qué sonríes al mar?»

Esa misma noche, empezó un aire casi huracanado que venía de mar adentro. Parecía que fuera a haber una gran tormenta. Las nubes al final de la tarde se habían tornado grises casi negras, dejando unos mínimos espacios en blanco entre ellas. Parecía una imagen surrealista que más tarde con el viento, tomó un cariz realmente extraño. El viento lanzaba mi pelo hacia atrás y parecía una de esas sirenas en madera del mascarón de proa de algún navío pirata.

Estaba plantada delante de la baranda de hierro que me separaba de la playa, mirando al mar. Me había puesto un vestido de verano largo hasta los pies que el viento también lanzaba a mi espalda como si fuera un vestido de novia con cola. Los colores de mar y cielo se mezclaban y el olor a sal y su humedad, me acariciaban la cara. Entonces apareció él.

-¿No tienes frío? -me preguntó Jose.

-No me he dado ni cuenta…, parece que el mar se está enfadando, ¿verdad?

-No va a tardar en llover, sería mejor que te fueras para casa o acabarás empapada.

-¿Sabes? No me importa. Creo que voy a enfrentarme a ello, sin esconderme.

-Una bonita actitud pero desde luego, totalmente idiota. Dejarte mojar por una tormenta no te ayudará a enfrentarte a la vida, porque en realidad, supongo que te refieres a eso.
Me quedé en silencio…

-¡Anda, toma! -se quitó su sudadera color azul claro y me la puso sobre los hombros.

Llevaba una camiseta blanca de manga corta que dejaba ver sus bíceps. La última vez que lo vi no lo había mirado como a un chico. Simplemente me había sorprendido su postura. Era un chico moreno, delgado, fuerte, con una nariz algo aguileña y unos ojos marrones que parecían sinceros. En conjunto, era un chico atractivo pero tenía un comportamiento algo extraño por lo que había podido ver hasta entonces. Se quedó a mi lado mirando al mar también, mientras el viento le despeinaba su cabello corto y lacio.

-¡Eh chicos! ¡Hay un problema! -dijo mi padre viniendo hacia nosotros precipitadamente con un aparato extraño en las manos que hacía el ruido de una radio cuando no encuentra ninguna emisora

-¿Qué es eso? – le pregunté.

-Lo he encontrado debajo de la estantería de casa, es un walkie talkie. Estaba en una caja de madera antigua. Debe de ser de los antiguos inquilinos, pero lo malo es que he oído a un pesquero que anda en problemas.

-¿Qué quiere decir? –preguntó Jose.

-Pues que están haciendo una llamada de socorro. Por lo que me ha parecido entender están frente a la costa. ¿No tendrás unos prismáticos? -Le dijo a Jose.

-Sí, es posible que mi padre tenga unos, espere que voy a buscarlos.

Jose desapareció corriendo mientras yo miraba a mi padre con cara de alucinada. Entonces se oyó una voz entrecortada con mucho ruido de fondo que salía del walkie talkie

-S.O.S, S.O.S, aquí el pesquero Ricardo III. Necesitamos ayuda. El barco está medio hundido por culpa de un golpe de mar. No aguantaremos más de media hora. Si alguien nos oye, por favor…

Enseguida apareció de nuevo Jose llevando los prismáticos y se los cedió a mi padre que atisbó el horizonte.

-Tiene que ser aquella luz blanca de allí. No está demasiado lejos de nosotros –dijo mi padre señalando una débil luz en medio del mar- Ricardo III, ¿me oyen? ¿Pueden decir de cuántas personas estamos hablando? ¿Cuántos tripulantes o pasajeros se encuentran en el barco?

-Somos tres. ¿Con quién estoy hablando?

-Está hablando con tierra. Sólo soy un aficionado pero miraré cómo podemos ayudarle.

-No está lejos, podríamos rescatarles -dijo Jose

-¿Y cómo lo haríamos? -preguntó mi padre

-Jordi tiene una buena barca, pero sus padres no están… -dijo pensativo- se han ido con los míos a cenar fuera, como cada viernes. ¿Usted sabe gobernar una fuera borda?

-Sí, me saqué el carnet de patrón de barco en la mili. Me tocó marina.

Me quedé perpleja. Mi padre siempre tenía algo con qué sorprenderme

-Pues voy a avisar a Jordi, creo que no tendrá problema en ayudarnos.

Bajemos a la playa por las escaleras de madera y mi padre se dirigió hacia la única fuera borda apostada en la arena. Tendríamos que empujarla entre todos hacia la orilla hasta que pudiéramos montarnos en ella.

-Tiene un buen motor, es casi nuevo pero esto es muy peligroso, prefiero que te quedes en casa.

-¡Ni hablar! Si te pasa algo ya me dirás qué hago yo sola.

Mi padre se quedó pensativo y no rechistó.

Oímos los golpes sordos de los pasos de Jose bajando las escaleras a toda prisa y tras él, Jordi, con cuatro salvavidas en la mano. Nos dio uno a cada uno y nos los pusimos en silencio.

Estaba empezando a temblar de nervios.

-No puedes ir con ese vestido tan largo, te impedirá nadar si te caes al agua –dijo mi padre

Llevaba el bañador, así que no me lo pensé dos veces, me quité el vestido y me puse la sudadera de jose por encima que me llegaba a media pierna. Me la abroché y después el salvavidas.

Entre mi padre, jose y Jordi empujaron la barca al mar y cuando nos llegaba el agua casi a la cintura nos subimos a ella y mi padre arrancó el motor. El agua de mar estaba fría pero nadie se quejó. Tuve que darme impulso como si estuviera saltando una pared a la altura de mis axilas pero mi padre me agarró del salvavidas y tiró de mí para ayudarme a subir, caí al fondo de la barca y Jordi me dio la mano para ayudarme a levantar. Estaba muy serio y preocupado. Hacía muy mala mar y justo entonces empezó a llover.

-Mira, -me dijo Jose- parece que sí que vas a enfrentarte a la vida.

Cada vez temblaba más y ya no sabía si era de miedo, de nervios o de frío.

-¿No os habéis puesto una tirita en el ombligo? -Dijo mi padre.

-¿Qué? -preguntaron Jordi y Jose a la vez.

-Sí, para no marearse. Mi madre, me decía que había que ponerse un esparadrapo en forma de cruz tapando el ombligo, ¡jajaja! cosas de abuelas.

Al único al que se le podía ocurrir hacer una broma en aquella situación era a mi padre.


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